Amargos, agretas, colgados y guachines que la tienen clara
Archivo: 26 de mayo de 2005
Lengua y Poder. El argentino metropolitano, de Luis Labraña y Ana Sebastián, reúne más de mil términos que ganaron la calle.
Por Oscar Ranzani
Cualquier argentino metropolitano comprende –con disgusto, por supuesto– cuando le comentan que “le hicieron una cama” o siente agrado si le dicen que “abrocharon” una negociación que esperaba. Algunos jóvenes saben reconocer a una persona de mal carácter a través del término “amargo” o “agreta”, se niegan a algo diciendo “ni ahí” o recriminan a un amigo cuando “bardea”, es decir cuando provoca problemas. Si una chica que les gusta no quiere saber nada con ellos saben que “les cortó el rostro” y se hacen un “drama” bárbaro. Cuando una persona tiene muchos antecedentes profesionales suele escucharse que tiene “background”. Todo argentino metropolitano padeció alguna vez durante la gestión de algún trámite la excusa burocrática de “se cayó el sistema” y en sus momentos de ocio alguna vez fue a “chatear” con sus amigos a un “cibercafé” para “desenchufarse”, o vio un partido de fútbol por el “codificado”. La persona que no tiene dudas sobre determinado tema “la tiene clara” y si alguien está desatento o distraído se suele opinar que “está colgado”. La lista es extensa. Por eso conviene “dejarla picando”.
Todos los entrecomillados son neologismos y nuevas expresiones que adoptó el habla de la calle en los últimos años y forman parte de los términos (1200 aproximadamente) que componen el libro Lengua y Poder. El argentino metropolitano, de Luis Labraña y Ana Sebastián. Ambos son especialistas en letras y vienen estudiando las competencias lingüísticas desde hace mucho tiempo. Ahora publicaron su investigación a modo de diccionario perteneciente a la colección “Temas de Patrimonio Cultural”, de la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. El libro tiene una introducción con un racconto histórico de los cambios en el lenguaje y brinda pautas para comprender por qué hablamos como hablamos y cómo se fueron sedimentando términos y expresiones en el “argentino metropolitano”, definición que reemplaza al “porteño estándar”, según sus autores.
La base teórica del trabajo de Labraña y Sebastián es que una lengua no se diferencia porque sea mejor o peor que otra, sino que se impone por razones de poder. “Una lengua se impone como lengua cuando determinado dialecto tiene el poder”, explica Sebastián a Página/12. Y la lengua de la metrópoli se impone porque “es donde está la concentración económica, política y de medios”, agrega. “El argentino metropolitano expande las fronteras porque toma el conurbano” y ahí “es donde el resto de las provincias están representadas porque de ahí se toman términos. Una palabra como ‘choripán’ no nace acá. Como tampoco un caso más viejo como ‘pucho’, que es una palabra quechua. O el caso de ‘guacho’, que ahora aparece en su variante ‘guachín’ con la cumbia villera. En cierto modo, el del conurbano es como un aporte tamizado de las provincias.” Sebastián reconoce que, además, el conurbano se impone actualmente a través de la cumbia villera y “del lenguaje de los pibes. Aun gente que tiene actitudes despreciativas hacia ellos, de pronto se encuentra utilizando esa terminología”.
Para el estudio sociolingüístico, los autores realizaron un corte temporal desde 1960 a la actualidad. Sebastián fundamenta las razones para esta decisión. “Primero, porque fue la década de grandes cambios en la que se impone una cultura internacional de manera muy potente, porque empieza todo lo que es la cultura pop, la cultura para los teenagers y todo ese tipo de cosas. Hasta esa época había una gran diferenciación entre lo que era la lengua culta y la lengua popular. Y, a partir de entonces, empezó el gran peso de los medios.” Aunque hay palabras que actualmente perdieron vigencia o ya no están de moda.
Hay tres elementos que dominan según Sebastián: “La terminología futbolera o, más que futbolera, las expresiones barra brava como ‘el aguante’; una gran cantidad de términos que se usan a nivel cotidiano de la economía, como ‘bicicletear’, por ejemplo. Todo el mundo usa términos económicos sepa o no sepa, como el caso del ‘default’. Y los otros son los términos del psicoanálisis, como ‘psicopatear’, ‘masoca’, ‘histeriquear’, que están incorporados y hay gente que ni sabe de dónde viene la palabra, pero la usa cotidianamente”. Para la autora, las diferencias a nivel socioeconómico no se dan tanto en el empleo de los términos, sino más bien en el tono utilizado. “Luis Labraña trabaja con chicos de clase media pero también con gente que viene de Fuerte Apache. El observa que los chicos de clase media hablan como los otros cuando están con los otros. Y después pueden cambiar de registro del lenguaje. El tipo de clase baja y de poca escolaridad no puede salir de su manejo lingüístico. Entonces, se le quita un arma que además le puede servir para ascender socialmente, inclusive.” Otro elemento que se desprende de la investigación es el paso del tiempo del histórico “che”. “Una cosa tan significativa nuestra cómo el ‘che’, que es el gentilicio de argentino, en los jóvenes va disminuyendo y se va incorporando el ‘loco’, el ‘flaco’, el ‘boludo’, a veces junto pero otras sin el ‘che’ al lado. Y lo que también observo es que hay una tendencia en determinado tipo de gente a mechar con el ‘tú’ y a poner el ‘contigo’ cuando siempre decíamos ‘con vos’. Porque si va bien el contigo tiene que ir bien en ‘sinmigo’.” (Risas.)
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